Desde la más remota antigüedad las técnicas oraculares han sido utilizadas como herramienta de conocimiento, ya sea dirigidas al interior de uno mismo para la autorrevelación (Foucault, 2008) o con una intención predictiva. A menudo la consulta era vehiculada por mediadores entre los diferentes niveles de realidad, externos e internos, tales como pitonisas, chamanes o profetas. En la cultura europea clásica encontramos estas prácticas, por ejemplo, en el oráculo de Delfos o en la Sibila de Cumas. De entre las tradiciones orientales destaca el I Ching, un oráculo que tiene su origen en los chamanes chinos del tercer milenio a. C. y que a día de hoy sigue vivo, sin duda una de las más antiguas formas de adivinación que ha permanecido esencialmente intacta a través de los siglos.
La preocupación central del I Ching guarda relación con los momentos de la vida en los que uno afronta el encuentro con los Dioses desconocidos; se expresa con el vocablo “I”. La función oracular del libro deriva de este término (...) consiste en proveer símbolos para ofrecer una conexión directa con el anima mundi, mediando entre las imágenes del cielo, los patrones que actúan sobre la tierra y los eventos de la psique (Karcher, 1992, p. 36 -en inglés en el original, traducción nuestra-)
En el siglo XX la adivinación por medio del I Ching llegó a Occidente, donde conoció una forma de integración con la tradición psicológica europea, en especial con la psicología analítica de Carl Gustav Jung (1875-1967), uno de los fundadores de Eranos, el famoso centro de investigación sobre el Oriente-Occidente situado en Ascona, Suiza, y padre de la psicología profunda sobre la que tuvo una influencia considerable, en buena parte a consecuencia de la labor de una institución como Eranos, donde el oráculo se usó como fuente de inspiración, aunque no siempre de forma abierta o explícita, gracias a la traducción alemana de 1923 que el misionero Richard Wilhelm2 (1873- 1930) había concebido como guía para facilitar una práctica introspectiva en el consultante.
Le estoy muy agradecido a Wilhelm por la luz que aportó a la comprensión del complicado problema del I Ching, y así mismo por facilitar una profunda visión en lo que respecta a su aplicación práctica (...). Tanto sinólogos occidentales como distinguidos eruditos chinos se han tomado la molestia de informarme de que el I Ching es una colección de “fórmulas mágicas” obsoletas. En el transcurso de esas conversaciones mi informante admitía que a veces había consultado al oráculo por intermediación de un adivino, por lo general un sacerdote taoísta. No podía tratarse de otra cosa sino de “puras tonterías”, claro está. Pero, y esto es bastante curioso, la respuesta recibida coincidía, al parecer, de un modo notablemente acertado, con el punto psicológico sensible del consultante. (Jung, 1949, p. 1 y 5 –en inglés en el original, traducción nuestra-)
Para comprender mejor la relación entre adivinación y psicología debemos aproximarnos a la noción junguiana de arquetipo. En psicología analítica este concepto ocupa un lugar intermedio entre la psique y la materia, un espacio que Jung describió a veces como "psicoide" (1954). La dimensión simbólica de un arquetipo puede manifestarse internamente en procesos psíquicos (sueños, fantasías, asociaciones, complejos) y externamente en constelaciones de eventos que parecen estar unidos por un hilo común, para transmitir de alguna manera un significado que va más allá de su ocurrencia aleatoria. Y la conjunción de los dos niveles es el fenómeno al que Jung denominó, en su última y famosa conferencia en Eranos de 1951, como “sincronicidad”.
La sincronicidad es por tanto la ocurrencia simultánea de una determinada configuración arquetípica en un nivel interno y externo, una coincidencia cargada de significado a veces con un poderoso carácter numinoso, una epifanía; es un puente entre la mente y la materia y es el componente crucial de todas las técnicas adivinatorias. La disposición a comprender la constelación de eventos que el momento presente ofrece
Cuando uno lanza las tres monedas, o cuenta a través de los cuarenta y nueve tallos de aquilea [se refiere a las técnicas con la que se usa el I Ching], todos estos detalles pasan oportunamente a constituir parte de la imagen que se forma en el momento de la observación, una parte insignificante para nosotros, pero en su mayoría significativa para la mente china (...). En otras palabras, quien inventó el I Ching estaba convencido de que el hexagrama (...) era el exponente del momento [en el que se arrojaban las monedas o los tallos], incluso más de lo que podrían ser las horas del reloj o las divisiones del calendario, en la medida en que era un indicador de la situación esencial que prevalecía en el momento de su emergencia. Esta suposición implica un cierto principio que he denominado sincronicidad, un concepto que formula un punto de vista diametralmente opuesto al de causalidad. La sincronicidad toma la coincidencia de eventos en el espacio y en el tiempo como algo más que un simple azar, a saber, como una peculiar interdependencia de eventos objetivos entre sí, así como con el estado subjetivo (psíquico) del observador u observadores. (Jung, 1949, p. 3 -en inglés en el original, traducción nuestra-)
Fig. 1 Diagrama hermenéutico de Jung y Pauli
Siguiendo a Jung, el oráculo del I Ching puede verse como un catálogo de configuraciones de arquetipos [sus 64 hexagramas], clasificadas en los términos de los dos principios básicos de la cosmología china tradicional, yin y yang. Yin es el principio receptivo, suave, oscuro, húmedo, femenino, etc., yang es el principio activo, duro, luminoso, seco, masculino, etc. La práctica de preguntar al oráculo es como la invitación a que se dé una sincronicidad en nuestro día o a que esta se manifieste en un sueño: el resultado de la operación adivinatoria puede verse como un espejo arquetípico de una configuración interna / externa de eventos que el consultante está explorando.
En la medida en que la terapia analítica aspira a reconocer la constelación arquetípica de energías psíquicas activas en el cliente para alcanzar un yo más integrado, las prácticas adivinatorias son su aliado natural. De hecho, Jung afirmaba sin tapujos, ya en 1934, que “parte de la psicología en un sentido estricto (...) es el uso práctico del I Ching” (Bernardini, 2003, p.115). Sus muchas opiniones sobre el oráculo, vertidas en distintas publicaciones, tales como el prólogo a la edición inglesa de la traducción de su amigo Richard Wilhelm de 1949 que él mismo había auspiciado, dejan clara su admiración por esta técnica adivinatoria. De hecho acabamos de ver que ciertas materias y tópicos centrales de su psicología analítica muestran la influencia manifiesta del I Ching, tales como la idea de sincronicidad, en el sentido de que la noción del tiempo que esta conjetura guarda una clara analogía con la de la concatenación entre eventos en el oráculo chino.
Esta familiaridad de la psicología junguiana con el I Ching la vemos también entre algunos destacados discípulos coetáneos de Jung, como la analista alemana Alwina von Keller (1878-1965), quien precisamente vivió en Eranos y mantuvo allí su consulta durante varias décadas (Bernardini, 2003), para quien el I Ching funcionaba "como una herramienta introspectiva y un complemento para el trabajo con los sueños" (Sabbadini, 2015, p. 303). Este uso del oráculo dirigido a la autoexploración dentro del círculo de Eranos, nos invita a comprenderlo como una herramienta genuina del abanico de tecnologías del yo que allí funcionaron. Motivado por un humanismo universalista que enfatizó el diálogo intercultural entre el Oriente y el Occidente, una vocación interdisciplinar y una aproximación fenomenológica al fenómeno humano, Eranos asumió como propias un amplio catálogo de técnicas místicas, entre las que destacaron las orientales y en especial el I Ching, como veremos.
Ejemplos paradigmáticos, tales como la noción de sincronicidad, muestran que aquellos expertos de la subjetividad reunidos en Eranos, quienes juntos “preparaban un camino para la humanidad” (Wilhelm, 1957, cit. por Bernardini, 2003, p. 3), contribuyeron de forma exitosa a la fundación de la individualidad moderna, en concreto al “proceso de psicologización de la cultura occidental” (García, Cabanas y Loredo-Narciandi, 2015, p. 10) -de hecho el vocablo sincronicidad, entre otros, ha pasado a ser de uso común en nuestro lenguaje contemporáneo- y, a su vez, durante el proceso, fueron asimismo constituidos por tecnologías oraculares tales como el oráculo chino. Porque aquellos amigos compartieron no solo ideas sino también experiencias transformativas estimuladas por el cultivo de ciertas prácticas místicas, haciendo con ello de Eranos “un laboratorio para el crecimiento espiritual, (...) y no solo un lugar para el debate académico” (Ritsema, 1992, p. 7).
El centro experimental que a ese tiempo fue Eranos testifica esta conjunción entre técnicas del yo y tecnología oracular presente en la psicología occidental del siglo XX, por excelencia. Los eventos de la historia del I Ching que allí acontecieron, complejos y alternos, son un capítulo significativo, aunque poco conocido, en la historia de la psicología contemporánea. En próximos artículos, exploraremos en profundidad y daremos a conocer estos vínculos, aportando solidez a esta historia aparentemente secundaria de Eranos, tomando un enfoque microhistórico.
Algunos conceptos mencionados
Psicología profunda: Se llama psicología profunda o dinámica a la basada en los planteamientos psicoanalíticos. Jung también desarrolló su concepto más importante, el de inconsciente colectivo (que apareció por primera vez en su ensayo de 1916, La estructura del inconsciente). Este, junto con los principios psicológicos basados en el psicoanálisis de Sigmund Freud y las teorías de Alfred Adler y Otto Rank, forman la base de la psicología profunda que ahonda en la psique de una persona, yendo más allá de la conducta aparente, tomando en cuenta la existencia de un inconsciente que actúa agencialmente. En este trabajo asociamos el término con la psicología analítica de Carl Gustav Jung.
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