top of page

Simplicidad consciente y Tao

Necesitas hacer algo:

Ser simple implica un trabajo de consciencia. Supone atravesar un arduo proceso de aligeramiento, de quitarnos esas capas de más que nos atan a una imagen de nosotros mismos elaborada básicamente por componentes familiares, sociales, culturales, es decir, contextuales. Porque ese retrato parcial de lo que somos, un instrumento útil para movernos de manera práctica dentro de las diversas tramas socioculturales, acaba de forma furtiva ocupando el lugar de todo lo que somos, desplazando otros contenidos menos evidentes y esenciales, para dejarnos bajo su merced. Nos hace creer que eso es todo lo que hay en cada uno emplazándonos a vivir nuestras vidas tras la apariencia de un mundo de contornos desvestido de su sustancia o naturaleza original, una realidad arbitraria a la que quedamos sometidos. Y así, este significado estrecho de nosotros mismos, que debería estar, por incompleto, a nuestro servicio, acaba ocupando un lugar central en nuestras vidas, aislándonos de nuestra esencia, conduciéndonos de forma pobre y trayéndonos escasez.


Para vivir plenamente los seres humanos necesitamos conocernos plenamente, no hay atajos, así de simple. Además, venimos preparados para hacerlo. Esa tarea nos espera a cada uno de nosotros tras la esquina, se aparecerá cuando menos lo esperemos haciéndose cada vez más evidente, a veces incluso insoportable. Dentro de nosotros hay un deseo insaciable de verdad que necesitamos colmar, del que la mayoría de las veces no somos conscientes, pues hemos aprendido a vivir olvidando nuestra vida interior. Es un anhelo difícil de descifrar que se oculta bajo nuestras emociones y decisiones, también bajo nuestros síntomas psicológicos, del que nos es fácil perder la pista al estar identificados con la creencia de que somos sucesos contingentes de una realidad externa contra la que debemos lidiar.


Pero como somos mucho más que solo eso, nunca dejamos de buscarnos. Todos lo sabemos de alguna manera y venimos naturalmente dispuestos. Nos buscamos en la arena de la vida construyéndonos a través de un espejo de imágenes y significados. Sin embargo, somos demasiado crédulos con respecto a las representaciones que nuestros sentidos nos devuelven: sin resistencia alguna creemos que esa es toda la realidad. Así crecemos separados de una parte esencial de nosotros mismos, dentro de un edificio identitario parcial e insuficiente: algo que no puede verse, olerse, tocarse, mirarse, degustarse, pero que puede sentirse, nos falta. Es una insatisfacción que nos duele en nuestro cuerpo, un sufrimiento existencial, indiferenciado.


Ese pesar no es sino el del anhelo universal de vivir más allá de los límites impuestos por un mundo de apariencias. Es un descontento profundo que acabará convirtiéndose en nuestra salvación, si lo abrazamos, porque de hacerlo se convertirá en el motor de nuestras alas, impulsándonos más allá de lo manifiesto. Como aliado nos ayudará a tomar riesgos, a adentrarnos en los bosques desconocidos de nuestros mundos internos y a vivir una vida de aventuras llena de desafíos y promesas de éxito. Si lo negamos, la insatisfacción tomará cuerpo de una sintomatología ansiosodepresiva que nos llevará hasta la consulta de un psiquiatra con tal de anestesiarla (un consejo saludable: busca una vida simple, no fácil).


Para un buen vivir necesitamos ir ampliando nuestro sentido de la identidad, tarea a la que nos emplaza la vida porque, como veremos, ella nos necesita enteros, completos. Lo hacemos cuando nos preguntamos sobre nosotros mismos con honradez y nos respondemos con sinceridad. También cuando somos coherentes, a través de nuestras decisiones y acciones, con lo que vamos descubriendo en ese viaje. En la oscuridad del silencio, si somos honestos, contactamos con algo oculto sobre nosotros mismos, capas y capas de material olvidado, no reconocido, ancho, e incluso muy antiguo, que necesitamos traer a nuestras vidas para completarlas.


Comprendemos entonces que, igual que al mirar a un árbol, tendemos a identificar lo visible (sus ramas, hojas, frutos, tronco) con todo lo que es, lo cierto es que “lo que el árbol tiene de florido vive de lo que tiene sepultado” (Poema de Francisco Luis Bernárdez). Efectivamente, bajo el substrato de barro que pisamos se oculta la verdad de su sostén en el mundo. En el interior de la tierra, y del mismo modo en nuestro interior, están las piezas fundamentales de todo lo que florece. Precisamente, es eso que aparentemente falta (porque a simple vista no se ve), el fundamento que nos sostiene, y sin embargo ¡qué poco hemos cuidado nuestras raíces a pesar de que sin ellas la sustancia de la vida no podría nutrir nada! Seguir el rastro de esos hilillos que contienen el elixir de la realidad nos llevará hasta comprendernos de forma amplia y verdadera. Gracias a ellos llegaremos a estar y ser más completos (y este es un proceso de crecimiento que nunca acabará mientras vivamos).


A la par que vamos incorporando estas nuevas imágenes de nosotros mismos, vamos aligerándonos de nuestra vieja identidad, más limitada, aquella que quizá ha podido servirnos hasta hace poco, pero que a día de hoy nos hace infelices (y si seguimos descuidándonos nos enferma). Vamos despojándonos de muchos de sus conceptos añejos y ampliando otros con la nueva luz de una visión más extendida acerca de lo que somos. Al limpiar de esta forma nuestros ojos, logramos al fin vernos desde una identidad ecológica que incluye a todos los seres: nuestra vista, ya clara, nos deja apreciar que las raíces de los árboles, por las que la vida se asoma al exterior, se encuentran interconectadas, unas con otras, componiendo un sistema más grande que ellas mismas, el bosque, del que todas dependen y al que todas mantienen vivo. Es la canción de la vida, de la que somos parte, ¿sonará nuestra nota armónica?


XVI
(...)
Las miríadas de seres surgen juntos,
Contemplo su retorno.
La multitud agitada de seres retornan todos, luego, a sus raíces.
A volver a casa, a las raíces de uno, se le llama quietud.
Se le llama volver al destino de uno.
A volver al destino de uno se le llama eternidad.
A conocer la eternidad se le llama iluminación.
(...)
Conocer la eternidad es tolerancia
Tolerancia, y por lo tanto, justicia.
Justicia, y por lo tanto, realeza.
Realeza, y por lo tanto, el paraíso.
El paraíso, y por lo tanto, ser uno con el Dao.
Ser uno con el Dao, y por lo tanto, ser imperecedero: sin yo, sin peligro.

Al quitarnos de encima los velos de la ignorancia de las viejas imágenes y aligerarnos comenzamos a recordar lo que verdaderamente somos. Cuando tomamos contacto con nuestra sustancia esencial empezamos a vivir de forma diferente: ahora sabemos que cada uno de nosotros somos únicos, y por lo tanto necesarios dentro del organismo de la vida que nos vive, y a la que con nuestro florecimiento contribuimos a florecer. Entonces toda nuestra realidad cotidiana cambia.


Ahora no hagas nada


Ahora vivir no va de luchar, pues no hay nada vivo que viva solo para sí mismo. Cada elemento está integrado en una red que lo trasciende y no hay nada que no esté al servicio de esta trama. Cada ser es simplemente la expresión particular de una emanación impersonal e infinita, y como tal, es una arteria suya indispensable.


Comenzamos a vivir plenamente cuando nos reconocemos como ese fenómeno único que somos: ahora estamos listos para ofrecer nuestros dones a la vida. Al hacerlo, respondemos a sus necesidades, contribuyendo a que su flujo no sufra interrupciones y su homeostasis permanezca intacta. Como somos también ese flujo, vivir es bien simple, no deberíamos necesitar mucho esfuerzo, solo dejar que la vida se exprese a través nuestra.


Como somos una particularidad de esa fuente inagotable que nos sostiene, y a la que sostenemos al expresarla en nuestras vidas, somos originalmente ese misterio (su consciencia). Ahora podemos descansar bajo esa claridad, relajarnos, podemos ser simples. Tras el penoso trabajo de despojarnos de las viejas imágenes que nos vieron pequeños e insuficientes, dentro de un sueño colectivo de escasez, ahora estamos completos y emancipados. Nuestros ojos limpios ven la verdadera luz de la vida y podemos relajarnos confiadamente bajo su renovada visión.


No necesitamos darle más vueltas a nada, solo ofrecer lo que verdaderamente somos a la vida realizando nuestra vocación, momento a momento. Como todo está completo en sí mismo, nuestros deseos se disuelven, nada necesitamos porque nada falta, no hay juicio alguno que hacer. Dejamos atrás toda actividad autorreferencial, pues comprendemos que nos separa del flujo de la fuente esencial tras sus barreras simbólicas, aislándonos del resto de elementos. Y vivir no es nunca más una experiencia en soledad: vivimos por y para la vida como experiencia única dentro de un destino colectivo que hemos abrazamos conscientemente. Los apegos se han transmutado en la creatividad de ponernos en servicio a la vida ofreciéndole el destino de nuestras almas, que es donde la fuente mana dentro de nosotros.


I
El Tao que puede nombrarse, no es el eterno Tao.
Los nombres que pueden nombrarse, no son los nombres eternos.
(...)
Por lo tanto, cualquiera sin deseo contempla su misterio,
Cualquiera sin deseo contempla sus maravillas.

De ahí que no tenga sentido aspirar a saber nada porque no lo lograremos propiamente con nuestras herramientas intelectuales de siempre. Somos misterio y su asombro viviente. Somos expresión individuada de una emanación impersonal que, gracias a nuestro proceso de consciencia, puede conocerse a sí misma. Sigamos el consejo del Tao y no seamos codiciosos, no pretendamos creer que sabemos algo y que podemos apropiarnos de algún modo de la vida, controlándola.


Ser confiado no es ser ingenuo, es ser natural, porque somos los corazones de un amor incondicional vertido en el mundo. Gracias a nuestra confianza, vivimos la vida como un acto de amor: nuestras decisiones y acciones cotidianas replican esa comunión original que es su base y sostén. Entonces, nuestra simplicidad, dulce fruto de nuestra consciencia, es wu wei.


Porque al ser simples no interferimos con nuestros deseos en la corriente de la vida, no alteramos su cadencia. Aceptamos las cosas tal como vienen, no nos resistimos ni nos victimizamos, no nos anticipamos a nada. Cada cosa, aunque no seamos capaces de verlo al instante en las formas densas del mundo, acabará colocándose en su sitio: cualquier situación que se nos dé siempre será un eco de la armonía original que somos, y a la que estamos naturalmente orientados. Todo nos conduce, más tarde o más temprano, hacia el resplandor de la fuente adentro, y tras reconocerla por su reflejo en nuestras almas, a actualizarla en el mundo día a día.


XX
(...)
Toda la gente está excitada, excitada
Como si estuvieran invitados a un gran banquete
Como si estuvieran subiendo a una gran terraza en la primavera
Solo yo estoy tranquilo.
No muestro signos de nada
Como un recién nacido que aún no sonríe
¡Estoy perdido, perdido!
Como aquel que no tiene un lugar al que volver
(...)
La gente común está clara, clara
Solo yo estoy confundido, confundido
La gente común está en alerta, alerta
Solo yo estoy distraído, distraído
A la deriva, como el océano a merced de grandes vientos
Como alguien incapaz de asentarse
Toda la gente es útil
Solo yo soy obtuso como un bruto
Solo yo difiero de los demás
En que valoro a la madre nutriente

Nada es nada bueno o malo, simplemente es. Confiemos. Seamos espontáneos, seamos esa simplicidad. Seamos Tao.

bottom of page